El festival de Nueva York abre con «The social network», el primer filme sobre el autor de la red social
Muchos conocen su obra. Mas de 500 millones de personas la utilizan –numerosos de forma enfermiza, adictiva– y otros tantos la desprecian.
Muy pocos saben de su autor. A Mark Zuckerberg se le considera el milmillonario más joven del mundo. A los 26 años ocupa el puesto 35 en la lista de ricos estadounidenses. Su patrimonio se cifra en 6.900 millones de dólares.
Las ventanas virtuales, detrás de las que tanto le gusta fisgonear, se han abierto de par en par, con él, a su pesar, en el centro de las miradas. El ideólogo y fundador de Facebook, en la piel de Jesse Eisenberg, se ha convertido en la inspiración de The social network, cuya première se produjo el viernes en la apertura del festival de cine de Nueva York. Hubo aplausos, a siete días del estreno.
Es la primera película –la dirige David Fincher– que aborda cómo surgió la red social de mayor influencia. Según esta versión, nació de una venganza, por un despecho sentimental. Aquella noche del otoño del 2003, en una habitación del complejo universitario de Harvard, marcó el inicio de una época, del encumbramiento de un hacker. El relato, sin embargo, va más allá. Hace un retrato del nuevo poder tecnológico.
«Es una crónica clásica de amistad, lealtad, traición y celos», afirma Aaron Sorkin, responsable del guión. La narración se articula en torno a un doble pleito. El que formularon los gemelos Tyler y Cameron Winklevoss, quienes sostienen que Zuckerberg les robó la idea. Han cobrado 65 millones de dólares, aunque ahora le reclaman más. Y la demanda que planteó un cofundador de la empresa, Eduardo Saverin. También se ha llevado una indemnización (sin cifra).
Así que Zuck, como le llaman sus amigos, ha empezado a ser popular, aunque él no sólo se ha negado a participar, sino que ha despreciado el trabajo, por falta de exactitud. Una de las principales fuentes de las que se nutre el filme, de 40 millones de dólares de presupuesto, es el libro The accidental billonaires. A su autor, Ben Mezrich, le acusan de mezclar con demasiada alegría los hechos con la fantasía. Todo empezó cuando hace dos años Mezrich recibió un e-mail. Un estudiante de Harvard le confesó que su mejor amigo estuvo implicado en el origen de Facebook y no se hablaba de él. Ese amigo era Saverin.
Mark Zuckerberg nació en el estado de Nueva York. Es hijo de un dentista y de una psiquiatra. De niño, no utilizaba los juegos del ordenador. Los diseñaba. Aún le apasionan los héroes griegos. Siendo crío ideó un sistema de aviso a las visitas de la consulta de su padre. Un prodigio que llegó con fama en el 2002 a una de las universidades de prestigio.
Desde ahí se convirtió en el mesías de la transparencia on line –»todo sería mejor si la gente fuera más abierta», sostiene–, mientras que él se difumina. Es su contradicción. Desprecia las críticas de falta de privacidad de su invento, pero él se se esconde.
En parte, aseguran los que le han tratado, por sus escasas habilidades para las relaciones sociales cara a cara, cuestión que se refleja en las imágenes. Un tipo genial, vestido con chancletas en la nieve de Boston, con sudadera, rápido y enérgico con el teclado que, en las conversaciones reales, se desconecta a menudo. En una escena, mientras Saverin trata de cerrar un negocio, él está ido, haciendo ruidos con la boca.
La historia se abre con una escena, ambientada en un bar estudiantil. Zuck, tímido y arrogante, humilla a Erica, su novia. Ella se levanta y lo manda al infierno con un sonoro «gilipollas». Esa noche, en su cuarto, Mark manipuló la red informática de Harvard para vengarse de ella y, de paso, hace caer su ira en el resto de las compañeras al difundir el concurso de «la chica más caliente». Es la semilla de Facebook. Cuando las autoridades académicas le pasan cuentas, él replica: –Deberían felicitarme.
Al final de la película está solo.
Una de las abogadas le ha dejado otra frase: «No eres gilipollas, pero trabajas duro para serlo».
Hoy vive en California, con Chan, su compañera. No hace ostentación de riqueza. Su casa es discreta, su coche también. Le gusta la esgrima y practica el mandarín. Entra de los primeros y sale el último de la oficina.Fuente: La vanguardia